"Hasta entonces había creído que todo libro hablaba de las cosas, humanas o divinas, que están fuera de los libros. De pronto comprendí que a menudo los libros hablan de libros, o sea que es casi como si hablasen entre sí. A la luz de esa reflexión, la biblioteca me pareció aún más inquietante. Así que era el ámbito de un largo y secular murmullo, de un diálogo imperceptible entre pergaminos, una cosa viva, un receptáculo de poderes que una mente humana era incapaz de dominar, un tesoro de secretos emanados de innumerables mentes, que habían sobrevivido a la muerte de quienes los habían producido, o de quienes los habían ido transmitiendo." El nombre de la rosa, Umberto Eco.
Esta obra de Eco me ha llevado a leerla en varias ocasiones, y no por ser lento de aprendizaje sino por esa narrativa que te pide detenerte y pensar, no solamente analizar sino reflexionar, comprender las elucubraciones del autor, imaginar los lugares, los personajes, el lenguaje, entender sus pensamientos y una de las cosas que ahora comprendo es lo que dice en la cita anterior, "los libros hablan de libros".
Nunca he sido muy aficionado de ir a la biblioteca, siempre preferí comprar los libros, las bibliotecas son para los libros lo que la carcel para los prisioneros, el bibliotecario tiene el control de los libros como el carcelero lo tiene de los internos. Antes de las computadoras y el internet, las tarjetas bibliográficas para buscar libros en la biblioteca eran una pesadilla, el Sistema Decimal Dewey es excelente para clasificar y guardar los libros pero es toda una ciencia entenderlo, necesitas tener un doctorado en ciencias o filosofía para poder pasar por esa clasificación, y eso formaba parte de mi pesadilla, (gracias Google, gracias internet).
Ahora con los libros digitalizados que puede uno encontrar inclusive gratis a traves de Google Books, o en diferentes bibliotecas del mundo y con el botón de búsqueda a la mano, uno puede encontrar tal cantidad de libros del tema que sea de interés personal que llega a ser casi imposible clasificarlos en la propia computadora.
El hábito de la lectura comienza en el hogar propio, y conmigo comenzó leyendo probablemente toda la colección de Marcial Lafuente Estefanía y las novelas de vaqueros que salieron de su imaginación y pasaron a la mía alimentando la avidez de leer esas historias cortas del oeste americano y que mi madre conseguía sabra Dios dónde. Nunca imaginé que el escritor que describía tan bien el oeste americano fuera español y que, según sus biógrafos, solamente haya visitado esos lugares para haberlos descrito con tan fino y sencillo detalle. Ahora que he paseado por algunos lugares que mencionó M.L. Estefanía entiendo el cómo captó esos detalles de las poblaciones americanas que describió en sus obras (esa es historia para contarla después).
De hecho, la lectura de esas novelas que se vendían en las tiendas de abarrotes, como pequeñas revistas de pasatiempo, dejaron tal impresión en mi mente que un día ya de adulto leyendo Macbeth sentí la impresión de haberlo leído tiempo atrás, que ya conocía la historia, y me dije que eso sería absurdo ya que nunca antes había tenido el deseo o las ganas de leer a Shakespeare, que ridículo pensé para mis adentros, en la universidad había leído a los escritores latinoamericanos (García Márquez, Carlos Fuentes y los demás muchachos de la pluma hispana), el existencialismo de Jean-Paul Sartre, los textos de Nietzsche (mis dos autores favoritos), pero ¿Shakespeare? no.
Hasta que recorde que había de esas novelas con dibujitos bien detallados que también leía en casa, y fue cuando me vino a la memoria una de esas novelas con varias historias adaptadas de grandes escritores y entre ellos estaba el escritor inglés, ¡cáspita!
Durante la universidad me transforme con Kafka, medité con Siddartha aislado como un lobo estepario con Hesse, vagué y soñé con Kahlil Gibran, probablemente leí toda la colección popular de Editores Unidos Mexicanos mientras trabajaba cambiando discos a medianoche en una estación de radio después de salir de clases. La tinta de los libros y el aroma del papel me impregnó el olfato de tal manera que ahora me gusta abrir un libro solamente para olerlo, y como un adicto cada vez busco libros más antiguos para sentir su textura y aroma, aunque con los libros electrónicos o digitalizados ya no se puede tener dicha sensación, por algún motivo éstos provocan los mismos resultados en mi mente.
Recientemente recibí un regalo que me permite traer los libros digitalizados a la mano y no estar atado a la computadora o estar forzando mi vista tratando de leerlos en el PDA. El aparatito es de la marca Sony y tiene una tecnología que le llaman tinta electrónica (e-ink) que no permite reflejos en la pequeña pantalla y parece ser el papel de un libro; bueno es tan real la sensación visual de la mentada e-ink que en un par de ocasiones he mojado la pequeña pantalla con el dedo húmedo en una acción que semeja cambiar de hoja y que provoca tantas muertes en El nombre de la rosa (jajaja).
La biblioteca que poseo ya no tiene aquellas obras que leí en la universidad porque se perdieron en el camino del tiempo, hay otros nuevos, de otros temas, pero gracias a la digitalización, y la gente en el mundo que ha captado la animadversión de las editoriales y algunos escritores, y gracias a la pérdida de los derechos de autor que el tiempo otorga, han comenzado a regresar los espíritus de obras que había dado por perdidas en la forma de libros digitalizados (¡¡¡inspirada y excelente analogía!!!) y con ellos muchos más que mi mente no podría haber dado cabida.
Ahora tengo que hacer referencia a mi biblioteca física y la electrónica; en la física habrá unas 700 obras más o menos, en la electrónica son más de 1,500, y solamente tengo clasificados cerca de 1,000 en inglés, francés, italiano, latín y español. Uno de ellos, que me sonrío cada vez que lo hojeo (es un decir), lo escribió Michel de Nostradamus unos diez años antes de morir que trata de la forma de hacer cremas y afeites para embellecer la cara y para hacer dulces y confituras (La premiere traicte de diverses facons de Fardemens & Senteurs pour illustrer & embellir la face. La seconde nous monstre la facon & maniere, de faire confitures de plusieurs sortes, tant en miel, que succre); esta obra la encontré entre los libros digitalizados de la Biblioteca Nacional de Francia.
Como esa obra, he encontrado tantas más, en diferentes bibliotecas del mundo y sin salir de mi hogar, que no creo que tendré tiempo de leerlos todos (aunque voy a hacer el esfuerzo). De esta manera la biblioteca de la que habla Umberto Eco en "el nombre de la rosa" resucitó de entre los muertos y sacó el espíritu de los libros en forma digital para que pudieramos, de nuevo, revivir el sentido del tacto a través del de la vista disfrutando los libros por las historias que cuentan y su tipografía, aunque diferente, pero igual.
¡Feliz lectura!
Salutem
Friday, December 12, 2008
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