Primer día
Después de Nona
Donde se visita el scriptorium y se conoce a muchos estudiosos, copistas y rubricantes así como a un anciano ciego que espera al Anticristo. El nombre de la rosa, Umberto Eco.
Sentado en mi scriptorium frente a las innovaciones electrónicas de la computadora, (o como los europeos le llaman el ordenador), y rodeado de mis amigos de muchos tiempos a los que me gusta leer en sus narraciones, y escuchando la misa de Requiem KV 626 de Wolfgang Amadeus Mozart busco ideas para plasmar en papel (y ocasionalmente en la pantalla del ordenador -palabra que me está gustando usar en lugar de computadora-), decía ideas para plasmar, pero no me llegan muchas que digamos, y el colmo de este estancamiento mental es que me está esclerosando mi habilidad de expresarlo en palabras, en una prosa simple ni tan siquiera en verso ya que nunca fui bueno para las actividades poéticas que hicieron famosas a Machado.
A veces pienso que este esclerosamiento se debe a estar adoptando la lengua de Shakespeare en su forma más horribilis como se habla en la América del Norte, en lo que fuera un antiguo territorio mexicano que fue tomado por los alemanes, holandeses y mercenarios anglo-irlandeses que se llama Texas. Esta adopción del idioma es simplemente seguir el refrán de cum Romae fuerites, romano vivite more, cuando estés en Roma, vive de acuerdo a las costumbres romanas o como decimos llanamente, a la tierra que fueres, haz lo que vieres. Y el problema es que las costumbres tejanas, son un tanto engordadoras del físico y adelgazadoras de la mente; no digo que todos son así pero si una gran mayoría.
Hay libros que me inspiran, unos a escribir y otros a imaginar, son amigos que en ocasiones juegan con acertijos y hacen que mis neuronas intenten encontrar la respuesta a la adivinanza, o me obligan a buscar en el diccionario el significado de la palabra. La gente ya no está acostumbrada a tener este tipo de amigos ya que su inconsciente los traiciona diciendo que los libros son para usarse en la escuela y no consideran que muchos libros son la base de programas de televisión; como uno de los que estoy leyendo ahora que se llama A Game of Thrones: a song of ice and fire, book I de George R.R. Martin de donde se basa la serie de HBO del mismo nombre.
Pero para mantener mi mente en buena forma en el idioma de Cervantes también estoy leyendo, por enésima ocasión, El nombre de la rosa de Umberto Eco, que me inspira a escribir sobre diversas cosas y ninguna a la vez. Y para no perder la costumbre de hacer varias cosas en un orden desordenado, no olvidar las clases de francés de mi época juvenil y seguir estudiando los simbolismos ocultistas medievales, estoy estudiando la obra de Oswald Wirth, Le Tarot des imagiers du moyen age.
Sin embargo, como decía antes, las personas ya no les gusta leer, o probablemente ya no se dan tiempo para hacerlo, y consideran los libros como un herramienta para usarse solamente en las escuelas, porque ya ni como pisapapeles en la casa. La biblioteca la ven como si fuera un museo donde se exhiben esos extraños objetos impresos llenos de ideas e historias, y en la casa ya no hay lugar para una biblioteca, o el lugar lo usan para colocar adornos de regalos que reciben de amigos. Cuando me han visitado amigos naturales de esta zona ven mi biblioteca con una mirada de asombro y una cara de llena de preguntas que no se atreven a hacer o comentarios que van desde un "mmmh" cuyo significado no me gustaría adivinar, hasta un "ah" acompañado de una expresión indescriptible pero sin ningún sentido.
Cuando me atrevo a comentar sobre un libro que estoy leyendo, en no pocas ocasiones he escuchado la frase "no me gusta leer" o "yo no leo libros" y lo único que puedo decir es un "ah" y trato de poner mi mejor cara amistosa y cambio de tema a situaciones un poco más entretenidas como "parece que vamos a tener otro verano sin lluvia" o "¿cuándo son las finales de baloncesto?". Y la gente que he visto que lee es la que tiene la Biblia a la mano, o el libro más reciente de Joel Osteen, el predicador televisivo con más de siete millones de televidentes semanales a nivel mundial. Sus libros son en su mayoría de autoyuda cuyos títulos son tan variados como las recetas para cocinar huevos: Your best live now: 7 steps to living at your full potential, Your best life now for moms, Your best life begins each morning: devotions to start every day of the year, Scriptures and meditations for your best life now; y así podría seguirle ad nauseam.
Tal vez eso me pasa por vivir en lo que llaman "the Bible belt", el cinturón de la biblia, y no en la ciudad de Nueva York que es un poco más cosmopolita, o en alguna otra parte un poco menos... ¿religiosa? ¿analfabeta? No sé, ya que de esas hay en todas partes. A pocas personas les gusta leer solamente por leer; no sentirse obligados a leer un libro o novela porque le dijeron en la escuela o porque se los sugirió el pastor en el templo. Bueno, se me hace que voy a leer uno de esos libros de Joel Osteen a ver si se me quita lo ateo y agnóstico.
Salutem,
Ray.
Pero para mantener mi mente en buena forma en el idioma de Cervantes también estoy leyendo, por enésima ocasión, El nombre de la rosa de Umberto Eco, que me inspira a escribir sobre diversas cosas y ninguna a la vez. Y para no perder la costumbre de hacer varias cosas en un orden desordenado, no olvidar las clases de francés de mi época juvenil y seguir estudiando los simbolismos ocultistas medievales, estoy estudiando la obra de Oswald Wirth, Le Tarot des imagiers du moyen age.
Sin embargo, como decía antes, las personas ya no les gusta leer, o probablemente ya no se dan tiempo para hacerlo, y consideran los libros como un herramienta para usarse solamente en las escuelas, porque ya ni como pisapapeles en la casa. La biblioteca la ven como si fuera un museo donde se exhiben esos extraños objetos impresos llenos de ideas e historias, y en la casa ya no hay lugar para una biblioteca, o el lugar lo usan para colocar adornos de regalos que reciben de amigos. Cuando me han visitado amigos naturales de esta zona ven mi biblioteca con una mirada de asombro y una cara de llena de preguntas que no se atreven a hacer o comentarios que van desde un "mmmh" cuyo significado no me gustaría adivinar, hasta un "ah" acompañado de una expresión indescriptible pero sin ningún sentido.
Cuando me atrevo a comentar sobre un libro que estoy leyendo, en no pocas ocasiones he escuchado la frase "no me gusta leer" o "yo no leo libros" y lo único que puedo decir es un "ah" y trato de poner mi mejor cara amistosa y cambio de tema a situaciones un poco más entretenidas como "parece que vamos a tener otro verano sin lluvia" o "¿cuándo son las finales de baloncesto?". Y la gente que he visto que lee es la que tiene la Biblia a la mano, o el libro más reciente de Joel Osteen, el predicador televisivo con más de siete millones de televidentes semanales a nivel mundial. Sus libros son en su mayoría de autoyuda cuyos títulos son tan variados como las recetas para cocinar huevos: Your best live now: 7 steps to living at your full potential, Your best life now for moms, Your best life begins each morning: devotions to start every day of the year, Scriptures and meditations for your best life now; y así podría seguirle ad nauseam.
Tal vez eso me pasa por vivir en lo que llaman "the Bible belt", el cinturón de la biblia, y no en la ciudad de Nueva York que es un poco más cosmopolita, o en alguna otra parte un poco menos... ¿religiosa? ¿analfabeta? No sé, ya que de esas hay en todas partes. A pocas personas les gusta leer solamente por leer; no sentirse obligados a leer un libro o novela porque le dijeron en la escuela o porque se los sugirió el pastor en el templo. Bueno, se me hace que voy a leer uno de esos libros de Joel Osteen a ver si se me quita lo ateo y agnóstico.
Salutem,
Ray.
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